Saudade

Hoy he vuelto a ver a mi abuela. 

Aquí han pasado tantas cosas, ¡y yo me siento pequeña y vulnerable! Descubro hilos de una historia casi fruto de la casualidad y me doy cuenta de lo fácil que hubiera sido no haber visto las señales, no haber sentido los impulsos que me han traído a esta tierra. Mi papel de observadora me traiciona y me deja sedienta. Quisiera pasar a la acción, pero soy un turista sin derecho a roce, y si bien la percibo tan fuerte en mi pecho, esta historia no me pertenece. Hoy lo he sentido más que nunca y ninguna de sus protagonistas está viva para darme alguna explicación.

Llegamos a la casa de Lota Macedo de Soares temprano. Hoy en día es un lugar de peregrinaje de estudiantes y amantes de la arquitectura, senderistas, paisajistas, estudiosos de la naturaleza y demás almas viajeras que han aparecido por Samambaia. Hay una guía portuguesa, otro británico, y unos chicos que se turnan para leer los poemas de Bishop rodeados del entorno que los vio brotar. Los grupos se diluyen por el bello jardín y las estancias mientras yo me quedo sola en el porche de la casa principal, intacta desde entonces; moderna, limpia y diáfana. 

Para describir la casa de Lota no solo hace falta detenerse en imágenes y sonidos sino también en aromas. Se respira jungla, naturaleza y paz. Mucha paz. De la vegetación densa emerge una planta amplia, donde la piedra, el metal y la madera se funden y crean un espacio único, que nunca rompe con su entorno y lo acentúa. Los cantos de los guacamayos y los de un riachuelo distante me reciben en un porche de suelo de piedra. Unas flores muy bien cuidadas rodean hamacas y bancos, testigos de las infinitas reuniones que Lota y Elizabeth debían haber protagonizado.

interior casa lota samambaia

Entro a través de uno de los grandes ventanales de vidrio, admirando las vigas metálicas que soportan la estructura. ¿Fue este el conejillo de indias que inspiró a tantos otros arquitectos más tarde o incluso a la mismísima Lota a presentar el Parque Flamingo? De algunas de las vigas cuelgan helechos y sonrío al ver una larga fila de fotos enmarcadas. Allí están todos: Calder y su familia en la piscina, Aldous Huxley, Portinari… 

…y ahí está ella.

Se confirma lo que ya sabía. He venido a buscarla y ahí está. A pesar de eso, me paraliza su imagen. Mi abuela sonríe feliz desde una fotografía rodeada de gente que no conozco y nunca conoceré. ¿De qué te ríes, abuela? Estudio su cara, su ropa, la gente que la rodea, intento interpretar algo, así sea un trozo de un todo incierto. Pero me faltan demasiadas piezas. Solo la veo a ella, sonriente. Me voy. Me aparto. Me duele y me aturde tanto agujero por rellenar. Camino e intento controlar la respiración.

Estudio Elizabeth Bishop en Samambaia flotante

Sin darme cuenta mis pies me han traído al estudio de Elizabeth, construido especialmente por Lota en un acto de amor. La estructura flotante es simplemente maravillosa, la naturaleza que la envuelve la hace única. Comprendo que toda esta construcción haya servido de inspiración para tantos arquitectos. ¡Cuánto talento se respira en este ambiente! Vuelvo a pensar en ella, y me pregunto qué parte de todo esto vivió en primera persona: ¿la vio escribir? ¿Fue testigo de la construcción de este estudio flotante? ¿Fue consciente de la efervescencia del momento? Sonrío, por fin. Me imagino qué hubiera pensado esa joven mujer sonriente de la foto si hubiera sabido que su nieta estaría enfrascada en una búsqueda tan fuerte desde el futuro.

Empiezo a entender el difícil significado de la palabra saudade, lo difícil de esa nostalgia, esa melancolía, esa soledad, esa angustia, esa ansiedad por lo que ya no volverá, por lo que no vino, por lo que no va a cambiar. Una palabra sin traducción literal, pero que araña certera en varios recovecos del alma. Y del cuerpo. Me duele todo.

A mis oídos llegan unos versos de Bishop y la saudade en mí adquiere otra dimensión. Una chica del grupo de estudiantes los lee. Me la imagino a Bishop escribiéndolos, con esta vista desde su estudio, inspirada en cada bocanada de aire. 

Pero seguramente hubiera sido una pena

no haber visto los árboles pasar por la calle

tan exagerados en su belleza.

camino a samambaia jungla

Y así lo es. El dolor puede ser inmenso y la añoranza insoportable, pero perderse en la monotonía del no sentir hubiera sido mucho peor que no experimentarla en absoluto. 

Así es como lo adverso nos hace crecer y ser más fuertes. Así es como el dolor de una pérdida nos encuentra y encontrará siempre bailando, listos para el próximo compás. Así es como se vive la saudade.

Y en ese momento vuelvo a verla. Veo a mi querida abuela saliendo de la cocina con una bandeja de deliciosos scones acabados de salir del horno y un delantal de flores blancas y azules. Aguanto la respiración y las lágrimas. No quiero dejar de verla. Se quita con destreza el delantal, se suelta el moño, descalza sus pies en la hierba y coloca con delicadeza la bandeja en un tranco cortado de un árbol. De un bolsillo de su falda coge una libreta y un lápiz y escribe. Escribe mucho. Y nunca la sonrisa se borra de sus labios.

Una mano en mi hombro me devuelve al aquí y ahora.

- Señora Manuela, nos vamos.

Cuando vuelvo la vista ella ya no está.

En el automóvil que me devuelve al hotel me encuentro extraña. La tengo en la retina y no quiero perderla. De forma instintiva, y tal como hizo ella, cojo del bolsillo de mi falda una libreta y me pongo a escribir.

manuela leyendo 

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