Renacer

La materia de la que están hechos los viajes es inescrutable, y en cualquier chispa puede detonarse el comienzo de una nueva aventura.

Este viaje empieza en una canción.

Era una mañana de sol en esta amalgama de días concatenados dentro de mis paredes, y yo asomaba a tomar mi primer café al balcón con alma de gato, sin ninguna prisa por ir a ningún sitio después, un nuevo descubrimiento dentro de mis habilidades. Tras el primer sorbo amargo de mi pócima para despertar entraron en mí los punteos de una guitarra eléctrica que marcaban el principio de una melodía conocida y cargada de estímulos tapados por el tiempo. Uno de los himnos de mis padres, esas canciones que huelen a la casa de la infancia. “To anything, turn, turn, turn. There is a season, turn, turn, turn” …

“Turn, turn, turn”, el éxito de The Byrds de los convulsos años sesenta, no nació siendo la banda sonora del movimiento pacifista y defensor de los derechos humanos en una América polarizada que llegó a abanderar, sino que surgió de la perseverancia de un autor, Pete Seeger, que, cansado de ser vilipendiado por la industria, y de ver rechazadas sus letras, por subversivas, decidió sacar un pasaje de las sagradas escrituras, y convertirlas en canción, pero esa es otra historia.

Hay un momento para cada cosa, dice la canción, un momento para nacer, uno para morir, uno para plantar, otro para recoger, uno para bailar, uno para llorar, uno para abrazar, uno para dejar de hacerlo… UNO PARA ABRAZAR, UNO PARA DEJAR DE HACERLO. No sé si hubo más canciones que subieron a través del aire desde casa de algún vecino, porque fue esa la que se adueñó de mi cabeza y le puso ritmo y significado a los días siguientes. Gracias a ella pude transformar y ramificar ese ‘Viaje hacia adentro’ que habíamos comenzado unas semanas antes y que de alguna manera me había atado a mi hogar y a mis objetos como nunca nada antes, una especie de deliciosa condena que me llevó a mimar mis interiores, mis detalles y a serenar.

Pero todo en la vida son ciclos, y se acababa de marcar un punto de inflexión, pequeño, pero muy significativo. Como decía la canción, Hay un momento para cada cosa, y había llegado la hora de planear, de salir, de disfrutar de los rituales previos a las grandes citas, y mucho antes de que empezásemos la desescalada, yo ya preparaba mentalmente cómo quería que fuesen mis primeros pasos bajo el nuevo sol, mis primeros encuentros con mi gente, mis primeras decisiones dentro de esta nueva piel.

Comentaba El Principito “si me dices, por ejemplo, que vienes a las cuatro de la tarde empezaré a ser feliz desde las tres”. Pues bien, esta cápsula nace del anhelo de renacer, de desayunar sintiendo el despertar de la tierra a mi alrededor, de preparar la comida para volverte a recibir en mi mesa, de hundirnos en una siesta, y volver a preparar el festín de un nuevo encuentro, todos juntos otra vez, iluminados por la luz de las velas en un atardecer mágico. Es un homenaje al placer del ritual.

Nos metimos en nuestras cuevas en invierno, y salimos ahora, tocando el verano, por eso pienso que es así como deben de sentirse los animales después de la hibernación. Todo vuelve a ser nuevo en una celebración para los sentidos.

Disfrutemos de este verano tan primitivo y salvaje, como si fuese la primera vez. Te estoy esperando desde hace meses.

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