Música de carretera

Los viernes en la oficina se respira un aire distinto. La idea de un fin de semana cercano flota en el aire, y aunque estemos deseando desconectar tras una larga semana de trabajo, nos da por poner música y la creatividad late más que nunca.

Soy de la convicción de que siempre debería ser viernes ya que se trabaja mejor. El cansancio arrastrado a lo largo de la semana se queda apelotonado en la puerta. Somos más puros ese día, porque nuestras almas se adelantan a los hechos, se han liberado del peso de las responsabilidades y ya están de vacaciones. Las risas y las ideas fluyen más pícaras y relajadas.

Hoy no es un viernes cualquiera. Hoy le he prometido al equipo que seguiríamos a la hora de comer sacándole el polvo a mi aventura californiana y están todos pendientes de mí.

“California 1960” ya está en plena construcción. Se han dibujado bocetos, mientras se planifican y asignan layouts y estampados. El dibujo del cojín Calafia ha gustado mucho a todos y ha sido enviado al picador, ya que se trata de una composición ideal para hacer en bordado. Esperamos el resultado con ansias.

-Traeros bocadillos que haremos un corro alrededor del fuego como cuando nos íbamos de campamento- les dije.

-Supongo que no vamos a hacer ninguna hoguera - bromeó Sofía.

-No sería mala idea, pero no nos sobra el tiempo. Nuestro fuego será la música- respondí riendo.

-Arráncate con algo temático, Joaquín - le digo cuando mi reloj marca las 13:30 y veo que están todos expectantes. Me miran de reojo, mientras acarician sus bolsas de picnic preparadas con esmero para la ocasión. Estiro en el suelo el throw de Stripes, lo cubro con un montón de cojines, me quito las botas y me acomodo. Todos me siguen, formando un círculo.

Joaquín deja sonar la primera canción de su lista temática; un viejo tema country. Sonrío reconociéndola al instante.

“A burning hot sun crying for water.
Black wings circle the sky,
Stumbling and falling somebody's calling:
you're lost on the desert to die”
“Un sol radiante que llora por agua.
Alas negras surcan el cielo.
Tropezando y cayendo alguien grita:
perdido en el desierto para morirás.” 

 

 

-Un poco tétrica la letra, ¿no te parece? - le comenté a Max, mientras subía el volumen del coche. Él sonrió.

Nos habíamos turnado para conducir y él se había asignado la primer ronda. Un acuerdo tácito había corrido entre nosotros: el chófer sería quien elegiría la música, así que el otro debería respetar el lugar en donde se dejara el dial.   

-¿No te gusta Johnny Cash? - me preguntó Max.

-Sí, pero esta no es una de sus mejores - le comenté. - Y menos para comenzar un viaje.

Max me miró, intentando descifrar si estaba siendo sarcástica o no.

-¡Es un hito de la música country! - dijo indignado como respuesta.

-Ya lo sé, pero esta canción en particular... - le respondí. Algo instintivo me instaba a seguir tirando del hilo, para ver cómo reaccionaba. - Y tampoco él es de los mejores - dije despacio, saboreando las palabras.

Con eso, lo logré. Max parecía escandalizado.

-A ver, experta, enséñame tu gusto musical, entonces - me dijo, gesticulando hacia la radio. - Encuéntrame una canción que vaya con nuestro viaje.

Comencé a surcar por las estaciones, deteniéndome en cada una, deseando dar con esa melodía que lo pusiera en su lugar. A mi alrededor, las casas y árboles comenzaban a desaparecer; el verde daba paso al amarillo de cardos y cardeñas, como un preludio al paisaje en el que estábamos a punto de sumergirnos. La carretera, el coche y nosotros éramos la única constante.

 

*** 

-Pero Manuela, yo no sé, entonces, pero Johnny Cash es uno de tus cantantes favoritos - dijo Martina y los demás aprobaron con la cabeza.

Muchos viernes, durante nuestro momento musical, se habían quejado por mis monográficos de Cash.

-Cierto, siempre lo ha sido, pero acababa de lograr mi objetivo: ahora estaba al mando de la música.

***
“On a dark desert highway, cool wind in my hair
Warm smell of colitas, rising up through the air
Up ahead in the distance, I saw a shimmering light
My head grew heavy and my sight grew dim
I had to stop for the night.”
“En una oscura carretera del desierto, el frío aire en mi cabello,
el cálido olor a colitas sube por los aires.
A la distancia, veo una luz tintineante
mi cabeza me pesaba y mi vista estaba borrosa.
Tuve que parar por la noche.” 

La guitarra de Hotel California invadió el coche. Subí el volumen al instante, me puse a cantar y a tamborilear con mis manos. Max rió. Me dejó cantar, pero luego me tiró:

- ¿Podía ser mas predecible tu elección?

Ahora la indignación cubría mi cara.

-¿Predecible? ¡Es un clásico!

-Lo es, pero te he pedido una canción que simbolice nuestro viaje y en lo primero que te has detenido es en una que tiene “California” en el título. Aunque te doy puntos porque vamos en la misma dirección que ese hotel.


Sonreí. Mi compañero acababa de morder el polvo.

-Pero si el Hotel California no existe - le dije.

-Sí, existe.

-Que no.

-Que sí.

***

Un cruce de cuchicheos había interrumpido el hilo de mi narración. La discusión del coche de antaño había cruzado los umbrales del recuerdo y contagiado a mi equipo, que debatía sobre la misma cuestión. Era una de esas disputas anacrónicas e interminables, tanto que ni Internet lograba esclarecer, ya que había fuentes de una y otra inclinación.
Mientras ellos debatían Joaquín se me acercó y me preguntó:

-Manuela, ¿existe o no existe el Hotel California?

-Algo así. Descubrí la respuesta al llegar a Los Ángeles. Pero antes quiero contaros varias cosas.

-¡Cuenta, cuenta! - me dijo Sofía.

***
desert-highway

Ahora nos encontrábamos cruzando el desierto. La carretera parecía un cuchillo que cortaba la planicie color ocre en dos. Mirando por el retrovisor se podía ver una fina capa de polvo que nuestras ruedas levantaban. Adelante, y en la lejanía, los riscos, impresionantes. Bajé un poco la ventanilla. Ya el frío clima de la bahía de San Francisco había quedado atrás, dando paso a una calidez muy agradable.

-Tengo una idea - me dijo Max.

-Di - pregunté.

La discusión sobre el origen del Hotel California había crecido y perecido tras unos minutos, bajo la promesa de un desvío, en donde Max me mostraría el hotel que él juraba que existía.

-Un juego - respondió. -Para ver qué tanto sabes hacer conexiones.

Lo miré, desafiante. No había disfrutado de nuestra discusión sobre los Eagles, en la que me había quedado con pocos argumentos, así que la idea de una posible revancha me apetecía.

-Cuenta.

-Encuentra una canción que simbolice a mi fotógrafo.

-¿A tu fotógrafo?

-Sí. Asumo que, si quieres aprobar el curso, has investigado tanto a Slim Aarons como a Dorothea Lange.

Recordé su acertijo sobre Calafia y el marido de Dorothea Lange. Estaba claro que él se había estudiado a ambos en profundidad. Yo, por mi parte, me había perdido entre historias de animales africanos y su diosa californiana, por lo que mi conocimiento de Slim Aarons se resumía en los libros que había pedido prestados de la biblioteca y aún no había podido leer. Sabía que se había dedicado a fotografiar la gran vida de los más poderosos de Estados Unidos, pero no mucho más.

-Vale - dije, y comencé a girar el dial de la radio.

***

-¿Cómo te saliste de esa? - me preguntó Sofía.

-Fue casualidad, pero apareció la canción perfecta. Joaquín, déjame poneros la canción a la que me refiero.

Cogí el ordenador que estaba conectado al altavoz y busqué los grandes éxitos de Elvis Presley.

*** 

“Fame and fortune
How empty they can be
But when I hold you in my arms
That's heaven to me”
“Fama y fortuna,
cuan vacíos pueden ser.
Pero cuando te tengo en mis brazos
siento que estoy en el cielo” 

 

-¡Esta! - grité, sobresaltando a Max. Hacía casi media hora que estaba cambiando de estaciones, deseosa de encontrar una canción para zanjar su desafío.

Max quitó por un momento las manos del volante y me aplaudió.

-¡Al fin! - me dijo. - Ya estaba comenzando a perder la esperanza. ¡Y la paciencia!

Lo miré sin saber si debía sentirme divertida o molesta.

-A ver, si eres tan listo, dime una canción para mi fotógrafa.

-Eso es fácil - me dijo, dándole al play del radiocassette coche.

*** 

-¡Te había tendido una trampa! - exclamó Sofía.

Todos nos reímos.

-Así es, lo tenía preparado - dije. - Luego logré que lo confesara.

-¿Y cuál era la canción? - preguntó Joaquín.

*** 

“People say it doesn't exist 
'Cause no one would like to admit 
That there is a city underground 
Where people live everyday 
Off the waste and decay 
Off the discards of their fellow man”
“La gente dice que no existe
porque nadie quiere admitirlo.
Pero hay una ciudad bajo tierra
donde la gente vive todos los días
de los residuos y la decadencia
de los otros hombres”  

 

 

Touché. La imponente voz de Tracy Chapman se derritió como chocolate por el coche y el paisaje. Se me llenaron los ojos agua, pero creo que él no lo vio.

-me parece que tenemos ganador - dijo Max con una sonrisa de medio lado.

-¡No es justo! ¡lo tenías preparado! - protesté.

-Bueno, pues, la próxima ven tú preparada.

Reímos, nos miramos y en seguida volvimos cada uno a nuestro lado de horizonte. La voz de Chapman supo cubrir con su voz ese momento en el que ambos perdimos la respiración.

-Creo que es hora de cambiar de conductor - dije al cabo de un rato. -¿Te importa?

Lentamente Max detuvo el coche. Al bajarse se estiró y desperezó. Yo fui directo al asiento del conductor. Tuve una idea.

Tras conducir un rato llegamos a una bifurcación. Si bien la ruta hacia la casa Kaufmann era a la derecha, tomé la salida izquierda.

-¿A dónde nos llevas? - me preguntó Max.

-A ver qué tanto sabes hacer conexiones -dije, imitándolo, y apreté el acelerador. 

 

 

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