La Robamaridos

Sophie, Astrid, Mary y yo nos turnábamos para ser la princesa Leia.
Tanto nos gustaba, que a veces todas éramos un ejército de princesas Leia. Nos
hacíamos los moñetes y luchábamos por el futuro de la galaxia. Marc, Andrés,
Guillaume y Jacob lo tenían más fácil. Se turnaban siendo caballeros Jedi y
corrían por la montaña con sus palos, perdón, sus espadas laser. La fiebre de
Starwars nos enseñó a jugar en francés, en inglés, en italiano, y en tantos otros
idiomas de los chicos y chicas que se unían a nuestra pandilla, Los Súper 8, de
manera ocasional.
Cap sa Sal ya no era ese complejo lujoso que había atraído a tanta
celebrity, y que había puesto a la Costa Brava a la altura de la Cote d’Azur o la
Riviera italiana.
Ahora el gran edificio se había convertido en apartamentos privados
donde los hijos y nietos de aquellos años gloriosos pastábamos a nuestras
anchas, descubriendo los pasadizos secretos, habitaciones fantasmas, fotos
antiguas, documentos que se firmaron en su día por altos cargos militares que,
fantaseábamos, habrían podido cambiar el rumbo de la historia. Todo eso
junto con las piscinas y las playas eran nuestro territorio, y aunque alguna vez
nos llevamos alguna colleja, o un castigo, en general éramos salvajes y felices.
Una tarde, mientras merendábamos en la pastelería del complejo, donde
trabajaba Benita, esta nos hizo pasar al obrador.
- Quiero contaros algo
Metió su mano en el bolsillo del delantal, sacó una cajita y la depositó justo en
medio de la mesa, en el epicentro de todas nuestras miradas.
- Ábrelo tú, Manuela.
mientras terminaba de masticar mi croissant me puse de pie, estiré el brazo y
cogí la caja de madera.
Antes de abrirla recorrí sus miradas
- Benita guarda tesoros con historias.

Mis amigos no respiraban ni pestañeaban.
Abrí la cajita y me encontré un anillo de plástico pequeño. Era dorado y
llevaba una piedra roja (también de plástico) en medio.
Sonreí y lo pasé a mis amigos para que lo tocaran. Estaban desconcertados, yo,
sin embargo, aunque no sabía lo que era, estaba convencida de que lo que
venía a continuación era interesante.
- Es el anillo de la princesa Leia.

Begur era un pueblito aislado y tranquilo a finales de la década de los 50,
por eso la llegada de un equipo de rodaje de una película (“de repente, el
último verano”) encabezado por su director Joseph L. Mankiewicz , y
protagonizada por la espectacular Elisabeth Taylor, lo revolucionó todo.
Ella venía acompañada de flamante nuevo marido y de los hijos de este… el
detalle morboso y que no pasaba por alto la sociedad con limitaciones de mira,
miedo a lo desconocido y fascinación por el starsystem, era que el marido era
el mundialmente conocido cantante y artista Eddie Fisher. Su divorcio de
Debbie Reynolds para casarse con Elisabeth Taylor, viuda de su mejor amigo,
era la comidilla de todo el universo, y por supuesto también, del pequeño
pueblo de la Costa Brava.
Benita nos contó cómo uno de los días de rodaje se había aglomerado un
grupo de curiosos esperando ver aparecer a la actriz, que llevaba varios días
sin ser vista. Cuando bajó de su coche se creó un murmullo y de pronto
empezaron los gritos. Benita, que ese día se encontraba cerca de la valla quiso
morir de la vergüenza cuando entendió la forma en que la multitud se dirigía a
ella:
“Robamaridos”.
Por suerte la actriz estaba acostumbrada a las aglomeraciones y no entendía ni
una palabra del idioma de esa gente, por tanto, pasó airosa por encima de su
desprecio y se dirigió a rodar su escena.
Mientras los otros hacían gala de su mentalidad estrecha profiriendo
insultos que la diva no entendería, Benita estudiaba desde su lugar privilegiado
el ondear de su melena, la perfección de ese cuerpo femenino bronceado por
el sol, y la belleza del vestido. De pronto la actriz debió recordar algo porque
detuvo en seco su bailoteo y empezó a sacarse un anillo que no quería
desprenderse de su mano. Por fin lo consiguió e hizo ademán de meterlo en el
bolsillo de la amplia falda del vestido, pero el anillo cayó al suelo, y nadie
pareció percatarse.
Pasaron las horas, el rodaje interrumpió para comer, los curiosos
perdieron la pasión y se marcharon a sus casas, y Benita consiguió acercarse al
punto exacto donde vio caer el anillo sin que nadie le dijese nada, y allí estaba.

Por un momento sintió la tentación de quedárselo, pero su conciencia
no la hubiera dejado vivir, por tanto, optó por acercarse a un joven ayudante
que recogía cables no muy lejos de ella y le explicó lo que acababa de pasar. Al
parecer algo debió entender porque trajo consigo al asistente de la actriz, que
le pidió en español que la acompañara. De pronto Benita caminaba por en
medio de un circo que la embelesaba. Bajaron juntas por un pequeño desnivel
y por fin llegaron a la sombra de un pino que resguardaba a Elisabeth Taylor y
a sus niños, los hijos de su pareja, que en ese momento no se encontraba allí.
Cuando la americana la vio aparecer junto con su persona de confianza,
sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y cuando se disponía a retornarle el anillo, la
diva le puso un niño en cada mano. Los pequeños también sonrieron.
En ese momento volvieron a llamar a Mrs. Taylor al set, y ambas, actriz
y asistente, marcharon hacia el acantilado. Benita se quedó sola con los niños.

Cuando por fin volvieron, horas más tarde, los tres se habían hecho muy
amigos. La pequeña se acercó a su madrastra y le dio el anillo que su nueva
amiga le había pedido que le devolviera. Elisabeth Taylor se quedó mirando a
Benita sorprendida, y luego le debió de preguntar a su asistente, contrariada,
si aquella mujer no era la nanny que había solicitado para cuidar de los niños.
La asistente negó con la cabeza y certificó la historia del anillo, Entonces la
bella americana abrazó a Benita mientras se reía y disculpaba al mismo tiempo
por el malentendido.
Durante los siguientes días que duró el rodaje Benita fue la cuidadora de
los niños de la actriz y el cantante. Les enseñó a hacer galletas de mazapán, a
cantar canciones típicas de allí, hicieron castillos de arena y se bañaron en el
mar. El día que se despidieron, Elisabeth Taylor le tendió el anillo que ella
había rescatado, en señal de agradecimiento, y la pequeña le regaló también
uno suyo de plástico dorado con una piedra roja.
Benita llevó el anillo de Elisabeth Taylor toda su vida (en su dedo
meñique)
La niña resultó ser Carrie Fisher, hija de Eddie Fisher y Debbie
Reynolds, la princesa Leia.

Las mismas caras que rodeaban la mesa de obrador aquella tarde de
verano, volvían a juntarse hoy, 30 años más tarde.
Bajo los mismos pinos de Cap sa Sal donde fuimos la princesa Leia,
porque teníamos su anillo, convoqué a mis queridos amigos de la infancia
alrededor de una mesa baja cubierta de mis linos de Lo de Manuela, y todos
acudieron a mi llamada desde los diferentes puntos de la Galaxia.
Estábamos cambiados, por supuesto, el tiempo no pasa en vano para
nadie, pero de alguna manera seguían siendo los mismos ojos detrás de
aquella piel ya plagada de experiencias. Las risas, anécdotas y bullicio no
tardaron en brotar y así pasamos todo el fin de semana. Nos bañamos juntos
en el embarcadero desde donde saltábamos haciendo unas piruetas que solo la
inconsciencia y la inocencia te permite hacer. Volvimos a la playa, y volvimos a
hablar de amor… ¿qué tendrá esa playa? Volvimos a mirar las estrellas y a
llorar por los que nos habían ido dejando, que eran muchos. Les
homenajeamos contando sus anécdotas y llenando de ellos nuestros
corazones. Recordamos a mi abuela, a mi abuelo, a Benita. Volvimos a
desayunar, comer, merendar y cenar sin separarnos ni un segundo, como en
aquellos veranos, y cuando se agotó el tiempo y me volví a quedar sola frente a
mi Mediterráneo, me sentí muy muy triste, pero con el pecho lleno de energía
y ganas de volver a viajar. Una extraña necesitad de abarcarlo todo.

(suena el móvil)
- ¿Manuela, cariño, cómo estás?
- Bien, mamá, acaban de irse mis amigos de Cap sa Sal de cuando éramos
pequeños, ¿te acuerdas? Sophie, Guillaume, Marc, ¡todos! Hemos vuelto
a unos días juntos porque ...
- Cariño, me lo cuentas cuando estemos juntas. Necesito que vengas ya
mismo a Estambul. Me ha surgido un contratiempo y te necesito aquí.
- ¡A Estambul! Pero qué dices, mamá. Estoy emocionalmente rota, acabo
de vivir algo muy…
- Manuela, hazme caso. Nos vemos en el hotel de Agatha Christie, el Pera
Palace, mañana.
- Pero ¿por qué? O me das un buen motivo o no muevo ni un pelo.
- Porque tengo un billete para el Orient Express y yo no voy a poder ir,
vas a ir tú.

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