La importancia de contar historias

Siempre he admirado la idea de la preservación. Mis abuelos eran grandes coleccionistas y ávidos exploradores, por lo que creo que fueron ellos los que me legaron esa afición por encontrar objetos con historias. Y a diario me esforzaba por transmitir esa pasión a mi equipo. Siempre recomendaba museos, ciudades, lugares de interés y fomentaba la costumbre de hacerse preguntas todo el tiempo. A final de cuentas, mis mejores diseños habían surgido de ideas y de recuerdos a los que había llegado haciéndome preguntas.

-¿A quién se le habrá ocurrido la idea del museo? - preguntó una tarde Joaquín mientras trabajábamos en la composición de nuestro diseño Mustang, que había surgido inspirado en mi visita a la reserva en California años atrás.

-Creo que fue una evolución natural de las colecciones privadas - comenté. - Coleccionistas siempre han existido. Solo hacía falta que hubiera uno sin herederos para que la colección quedara abierta al público.

La conversación evolucionó naturalmente a qué museos habíamos visitado. Se mencionaron clásicos como el Louvre, el Prado, Uffizi y varios más.

-¿Y los originales de la fotógrafa de tu proyecto? ¿Dónde se guardan? - preguntó Sofía. Había aprendido a solicitar más capítulos de mi historia californiana de manera sutil y desinteresada, ya que su entusiasmo solía fomentar mis ganas de mantener la intriga.

-En el Getty, en Los Ángeles - le contesté. -Max y yo lo visitamos de camino a la casa Kaufmann.

-¡Cuenta! - me pidió Fernanda.

***

-Que sí - dijo Max mientras conducía por la eterna carretera. El paisaje era ocre, cortado por leves elevaciones rocosas con vegetación pálida y escasa. El terreno era cada vez más parecido al de esa foto que todos conocemos del mítico cartel de Hollywood. Eso podía significar solo una cosa: estábamos cada vez más cerca de nuestro destino.

-Que no - repetí yo, sonando como un disco rayado. Parecíamos dos niños pequeños. Yo no podía evitar estar pendiente de su mano derecha, que cuando no cambiaba de marcha gesticulaba intentando reforzar sus argumentos.

-Vamos a ver, Manuela, si tú pones algo, lo que sea, detrás de un cristal blindado y cada tanto lo restauras, es que quieres congelar el tiempo. Y eso es algo totalmente antinatural, por lo que para mí los museos son como tumbas del pasado. ¡Si hasta exhiben sarcófagos!

-Pero eso que tú me describes es una definición de un museo tradicional. Hay lugares en los que no puedes arrancar la historia de las paredes y llevarla a otro sitio - le respondí.

-¿Qué dices? ¡Pero si hasta se han llevado templos egipcios completos!

-¡Es que no es así!

-Convénceme.

Por un momento quitó los ojos de la carretera y nos miramos. Estaba disfrutando de nuestro argumento.

-Vale - le dije. - Cuando lleguemos al museo te lo demostraré.

***

-Ya estábamos de camino al Getty, porque yo quería ver los originales de Lange, que estaban en exhibición - continué.

La historia había consumido nuevamente al equipo. Todos habían dejado tijeras, bolígrafos y ratones. Estaban pendientes de mi historia.

***
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Museo, parque y centro de investigación, el Getty Center se erguía frente a nuestros ojos con su impresionante arquitectura modernista. Dejamos el coche en el estacionamiento y nos dirigimos a la cima del monte, donde se encontraba la entrada al edificio. Legado de un gran petrolero americano, patrón de las artes, el museo vibraba de actividad. Estudiantes, investigadores y turistas caminaban por sus jardines, admirando su fachada.

-¿Por dónde quieres empezar?

Max me miró y se encogió de hombros.

-Tú dirás.

Comenzamos por los pintores. Van Gogh, Rembrandt, Sorolla, Monet… estaban todos ahí. Turistas y estudiantes se aglomeraban entre cada una de las pinturas, peleándose por hacer una foto del cuadro.

-Nunca comprendí por qué le hacen una foto. Seguro que en la tienda de regalos venden mejores duplicados.

Pasamos por varias vistas del jardín y estuvimos de acuerdo en que luego de encontrar a Dorothea Lange estiraríamos las piernas por allí.

Entramos a la sección de fotografía mirando hacia todos lados, buscando nuestro cometido. Retratos y paisajes decoraban las paredes, mostrando realidades tan distintas como cambiantes. Nos deteníamos cada tanto en alguna, creyendo haber encontrado a nuestro objetivo, pero pronto reanudábamos la marcha.

Nos esperaba discretamente, al final de uno de los pasillos. La Madre Migrante miraba hacia el infinito, preocupándose por el futuro de sus hijos, que se apoyaban en cada uno de sus hombros. Nos acercamos lentamente a observarla.

-¿No lo ves? Está congelado en el tiempo - murmura Max.

-No es así. Esta foto es un símbolo de lo que fue una época muy dura para este país. Es un recordatorio constante del camino recorrido, que nos ayuda a ser conscientes de hacia dónde no debemos volver. Tú dices que en los museos solo hay cosas muertas, pero no es así: el recuerdo es algo que está constantemente vivo y que nos nutre todos los días. Si no fuera así, ¿cómo nos aseguraríamos de que la historia no se repite?

Max permaneció inmóvil mientras me escuchaba, hipnotizado por mis palabras.

-Por eso es tan importante contar historias - dije.

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***

Caminamos por el resto del museo en silencio. Salimos a los jardines. El sol de la tarde caía sobre los árboles y arbustos de formas laberínticas. El silencio entre nosotros no incomodaba, pero sí me hacía estar pendiente de cada uno de los movimientos de Max. Quería saber lo que estaba pensando. Al rato, sin poder aguantarme, le pregunté:

-¿Y, qué tal? ¿Te he convencido?

Max se detuvo, alzando la mirada que hasta el momento había estado clavada en el piso.

-Sí.

Sonreí.

-Pues me estoy cansando de tener que demostrarte tantas cosas - dije, riendo.

Él se acercó a mí y sin decir una palabra más, me besó.

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