Huellas: Historia de dos restaurantes

Al Copacabana Palace llegué sin prisa y con muchas ganas.

Todo había sido culpa de Bishop. Bishop, que en los 50 se lo había recomendado a su amigo, el poeta Robert Lowell.

fachada copacabana palace

Y allí estaba yo, frente a esa fachada inconfundible. Joya del art decó de Río. Una sensación especial me recorría por las venas, similar a la que sentí en el Palácio Quitandinha. Estaba caminando por el mismo suelo de mármol que Orson Welles, Brigitte Bardot, Albert Einstein, la princesa Diana y los Rolling Stones. Y esas eran solo las figuras que recordaba de memoria.

Mi habitación con vistas al mar era todo lo que podía imaginar y más. Con la playa a menos de 50 metros de distancia de la entrada principal, es muy fácil entender por qué tantas personas ilustres lo eligieron como sede de sus andanzas por Río.

habitación copacabana palace

Además de sus legendarias suites, su legendaria decoración y sus legendarios huéspedes, el Copacabana Palace es famoso por sus restaurantes. Y hacia allí me dirigía yo, dispuesta a tener una visita culinaria inolvidable.

Bishop y Lota habían visitado el hotel junto a Robert Lowell, el famoso poeta americano. Lota tenía piso en Río aparte de su casa en Petrópolis, por lo que solo Lowell y su esposa alquilaron una suite. Juntos pasaron unos días rodeados de los inteligentes amigos de Lota y charlaron de literatura y política por los distintos espacios del hotel. Incluso habían asistido a un concierto de Vinícius de Moraes, quien Lowell luego calificaría como una gran voz.

Vinícius se llamaba mi camarero en Mee, el restaurant del Palace que hoy tiene una estrella Michelin. Con un gran conocimiento de la carta, fue un placer hacer mi pedido. Parece mentira que uno de los platos más exquisitos de comida asiática del mundo lo hubiera probado aquí, en Río, pero así fue. La habilidad del chef Ken Hom era indiscutible.

restaurante Mee Río de Janeiro

Filipe Rizzato también se lució con sus platillos en el restaurante Pérgula. Aquí no había nada de Asia, sino que una vibrante cultura carioca empapaba todos los rincones, desde la decoración a la carta. Amarillos, verdes, azules… estaba muy clara la inspiración. Especialmente enamorada quedé del mural de fondo, una pintura de un Río de Janeiro completamente natural y sin edificaciones que, junto a las hojas de Dorothy Draper que había descubierto en el Quitandinha, terminaron de cerrar la idea de donde nacería mi mural Petrópolis.

restaurante pérgula

A Petrópolis se escapaban los fines de semana Lota, Elizabeth y los Lowell, salvo uno, en donde cambiaron las playas de Copacabana por las de Cabo Frío. Entre esas expediciones a la naturaleza, grandes figuras también se hicieron presentes entre ellos. A fin de cuentas, no es todos los días que uno puede tener una cena con dos premios Pulitzer y una arquitecta de renombre. ¡Imagínense los temas de conversación!

Mi estadía por el Copacabana Palace fue una donde descubrí muchas huellas de estos personajes; y dejé alguna mía también. Quizás algún día regrese, con mi socia, algún amigo o un gran amor. Mientras me preparo para ir a la piscina a disfrutar del buen clima, una idea da vueltas por mi cabeza. Una idea que este viaje me ha dejado clara: que el pasado nos construye, el presente nos moldea y el futuro es ese sueño por cumplir.

¿Cuál será mi siguiente sueño?

 

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