Pan duro
Todo empieza con el pan. Una mañana de agosto estábamos amasando la masa para hacer el pan con Benita cuando mi abuela irrumpió como loca en la cocina haciendo sonar sus tacones en la baldosa hidráulica. Tu abuela planea algo, me dijo entre dientes.
Ya, dije yo, y me deslicé tras ella con los pies descalzos para que no se percatara de mi presencia. Mi abuela iba y venía, abría cajones, revolvía armarios, revisaba pilas de revistas y papeles mientras farfullaba algo que no llegaba a entender… (¿estaba hablando en francés?)
Mi abuela hacía esas cosas, lo de hablar en francés, sobre todo cuando recordaba algo que le había pasado durante sus años en Francia.
Volví a Benita.
- Está buscando algo.
- Ya lo veo, dijo ella empezando a carcajearse en silencio (sí, es posible, Benita lo hacía constantemente y parecía un perro acatarrado).
- ¿De qué te ríes, Benita?
- Creo que tu abuela busca su libreta de recetas de Cordon Bleu
No acababa de decir la frase cuando la abuela se interpuso en nuestro cuchicheo, y con un mechón de pelo jugándole en la cara le preguntó.
- ¿No habrás visto mi libro de recetas de Cordon Bleu?
Me quedé con la boca abierta.
A veces parecía que estas dos mujeres fueran la misma, de tantas cosas que habían vivido juntas.
Benita se levantó con dificultad, fue a una vitrina de la cocina donde mi abuela guardaba su vajilla de Limoges, y del rincón recuperó la libreta que le tendió a mi abuela.
- ¡Oh, zut ! ¡Je n’ai plus ma tête! - dijo y desapareció con sus tacones por el pasillo.
Antes de volver a sentarse a mi lado Benita me tendió una de sus cajitas, y mientras me sujetaba la mano para que no la abriera aún, me dijo, ``lo que contiene esta caja es del último día en que recuerdo haberla visto así de alterada.´´
Abrí la cajita y lo que vi me decepcionó un poco.
- ¿Otra piedra?- y su respuesta fue incluso peor.
- No cariño, este es un trozo de pan… duro. Muy duro.
- Este pan está muy duro- le dijo mi abuela a Don Mauricio, gerente del hotel Cap sa Sal y amigo de mis abuelos de toda la vida, que acaba de llegar a su casa derrapando con el coche en la puerta, e irrumpido en el relajante té de las cinco de la tarde que mi abuela estaba ofreciendo a sus compañeras de Bridge. Sin poder emitir palabra por la agitación y el disgusto le extendió un trozo de pan para que ella probase.
- Ya sé que está duro, es repugnante, pero es todo lo que me dejó Lorenzo, nuestro chef, antes de largarse. No sé nada de él, así que este pan de ayer es lo único que tengo para darles a los huéspedes del hotel esta noche y el resto de los días hasta que recupere a mi cocinero o fiche a uno nuevo. Para colmo esta semana se ha instalado Rock Hudson y por el momento no creo que se vaya… salvo que se muera de hambre… ¡Ah! Esto no me puede estar pasando a mí! - dijo sin respirar
- Espera, relájate Mauricio, ¿quieres un té?
- ¿Qué si quiero un té? Victoria, querida, ¡No puedo relajarme! De hecho, vengo a llevarte conmigo.
- Eso tendrás que consultarlo antes, o pretendes entrar en mi casa y llevarte a mi mujer sin mi permiso- la voz de mi abuelo, que parecía que no estaba, sonó desde la biblioteca.
- Cocinas como los ángeles y solo tú puedes ayudarme- Mauricio encontró la mirada de mi abuela.
- Ya veo que aquí soy el último mono. Por mí no te preocupes, cariño, si quieres vete a ayudar a ese amigo nuestro que ni se va a molestar en saludarme- el abuelo seguía hablando solo desde la biblioteca.
Las compañeras de Bridge contemplaban la escena con la tacita en el aire como si de un partido de tenis se tratase. Mi abuela sopesó la situación, se recogió el pelo en un moño y dijo en alto para que la oyesen en la cocina.
- Benita, coge la libreta de recetas de Cordon Bleu que nos vamos a cocinar para Rock Hudson.
- ¿Co co como? ¿Ro ro rock Hu Hu Hudson? ¿el guapo?, me muero.
Y así, con el pan, empezó todo. Mi abuela junto con Benita se ocupó de sacar adelante la cocina del gran hotel Cap Sa Sal durante esos días hasta que Lorenzo, el chef, que se había fugado en un yate de un magnate francés, decidió volver al cabo de dos semanas con el corazón partido, el orgullo por los suelos, y una tristeza tan profunda que mi abuela accedió a seguir asesorando al restaurante hasta que todo volviera a la normalidad. De esos días, cuenta Benita, que Rock Hudson se enamoró de mi abuela, aunque ella lo niegue todo “de mis platos, no de mí”, y que a media tarde, cuando ambas estaban a punto de marcharse a casa, el actor irrumpía en las cocinas aquejándose de un ataque de hambre súbito, que mi abuela, fascinada con la cercanía de ese pedazo de su Hollywood tan admirado, aceptaba saciar con alguno de sus exquisitos tentempiés.
- ¿La abuela le cocinó a un actor de Hollywood?
- Indirectamente tu abuela alimentó a muchísimas personas de renombre. Durante esos años la lista de actores, actrices, artistas y políticos famosísimos era interminable, y todos volvían y querían conocerla en persona, y aunque ella se quitaba mérito y decía que todo era gracias al chef, la gente sabía que el toque excelente era suyo.
- ¿y qué decía el abuelo?, ¿ese señor Hudson era simpático?
- ¡Si, mucho! y le gustaba tanto cocinar que yo le enseñé a hacer paella, y la hacía bastante buena-
Me quedé embobada. Benita, de un codazo, me hizo volver a mi tarea de seguir amasando.
- Tu abuelo y tu abuela se lo pasaron muy bien en esa época. A él siempre le ha gustado verla feliz. Me pregunto qué estará tramando ahora.