Los scones mutantes
- ¡Hola abuela!, soy Manuela, te llamo desde París. ¿Me recuerdas nuestra receta de los scones?
Así empieza esta anécdota. Una abuela en Barcelona, la nieta en París y la receta de unos panecillos redondos de origen escocés que los ingleses usan para acompañar el té. Una costumbre muy de “señoras bien”, y mi abuela, la primera. Pero esta inocente llamada, lejos de perderse en el olvido, abrió el frasco de mis sospechas y me mostró una faceta de mi abuela que jamás hubiera imaginado. No es que no la conociera bien, de hecho la tengo muy estudiada desde que yo llevaba coletas: las canciones que tararea sin darse cuenta, su tono de voz que varía según el idioma que hable, su forma de vestir para cada ocasión, los perfumes que acompañan cada estado de ánimo, las prendas fetiche vintage y la historia de cada una, sus platos estrella a los que acude cuando no quiere fallos… Un mito como mi abuela requiere de peculiaridades, lo raro es que no me diera cuenta antes.
Un apunte: mi abuela es una gran cocinera, incluso mejor repostera. ¡Disfruta tanto cocinando! y luego completa ese placer presentando los platos de forma magistral en las mesas que prepara para agasajar a sus invitados ¡eso sí que es un arte! Unas puestas en escena dignas de cualquier película de Wes Anderson: luz, música, ritmo, fotografía, personajes, guiones, efectos especiales… todo cuenta a la hora de poner una mesa. Pero esa es otra historia. Al grano, que cocina como los ángeles, como digna alumna aventajada de Le Cordon Bleu, y ha procurado, en la manera de lo posible, pasarme esa pasión.
Los scones, como decía, son unos panecillos redondos que se toman para acompañar el té, y como mi abuela ofrecía té todo el tiempo, llamaba a casa para solicitar mi ayuda, que seguro que tampoco necesitaba (mi abuela ha tenido siempre mucha ayuda en casa), pero a mí me hacía sentir imprescindible. Así que durante mis primeros años en Barcelona, desde bien chiquitita, yo horneaba scones con ella. Hacíamos la masa, la extendíamos, y yo era la encargada especial de cortarlos con el molde redondo y pasarlos a la bandeja previamente enharinada. Después de presentarlos en sus platos de porcelana de Limoges me preparaba un paquetito, deliciosamente envuelto, que me llevaba a casa para repartir, y que siempre llegaba abierto y menguado.
Con los años, como yo vivía fuera, mantuvimos la costumbre con menos religiosidad pero el mismo amor, y cada verano que venía a pasar con ellos a Barcelona, volvíamos a hornear juntas.
Aquellas famosas navidades parisinas de hace unos años quise hacer la receta para un té con amigas al más puro estilo de mi abuela, y la llamé para que me pasara la receta.
- ¡Hola abuela!, soy Manuela, te llamo desde París. ¿Cómo estás, tanto tiempo…bla bla bla… ¿Me recuerdas nuestra receta de los scones?
Se hizo un silencio al otro lado y luego me fue dictando las proporciones que apunté en una libretita (siempre llevo una, que me sirve de segunda cabeza y que gasto a velocidades trepidantes. No las tiro jamás porque están llenas de recuerdos, ideas, relatos, dibujos, diseños, amigos… son la extensión de mi mano). Por supuesto que los scones no me quedaron tan bien como a ella, pero eso es normal, sus manos son mágicas y los ingredientes, sustancialmente distintos en cada lugar.
Meses más tarde, esta vez desde Melbourne, volví a llamarla para oír su voz y con excusa de otro té volví a pedirle la receta.
Suspiró y pasó a relatarla. Volví a apuntarla en otra libreta y volvieron a quedarme no tan buenos como a ella. Tampoco se parecían en nada a los de Paris, pero lo adjudiqué otra vez a la diferencia de los alimentos de cada lugar.
La cuestión es que unos días más tarde, buscaba en mis libretas la dirección de un anticuario maravilloso que habían montado en Melbourne unas conocidas mías de Madrid, y volví a cruzarme con la primera receta de scones que apunté, la de Paris, la pasé de largo, pero a las pocas páginas, volví a ella. Las proporciones estaban dadas en cucharadas, y la de Melbourne en tazas. Qué raro. Cogí las dos libretas y comparé las recetas. No eran iguales de ninguna manera. Las cantidades, por más que fueran dadas en medidas diversas, no eran proporcionales, y para comprobarlo, la volví a llamar.
- Perdona abuela, estoy en la calle, sé que me diste la receta hace dos días pero quiero comprar los ingredientes y no la llevo encima.
Y me la volvió a dar. ¡Una tercera versión totalmente distinta!
Así fue como descubrí que mi abuela, dentro de su grandeza, tiene ese rasgo tan particular, y es que sus recetas son como la fórmula de la Coca-Cola, y nadie puede saberlas, porque nadie debe hacerlas tan buenas como ella. Agrega ingredientes, los quita, modifica las cantidades… qué pena que no pueda volver a mi infancia para robarle la recetas de los scons y las otras que cocinaba sin miedo a ser descubierta delante de mí.
Al principio me dolió un poco, no me gustaba que mi querida abuela tuviese secretos conmigo, o que me considerase una rival en potencia de su meticuloso de arte, pero luego lo incorporé a los rasgos de su personalidad y a su personaje tan único.
Y como quise verlo con cariño, porque ella se lo merece, decidí traerme ese rasgo a mi terreno. He ido juntando a lo largo de los años al menos una docena de recetas de scones, cada una diferente y las tengo maridadas con las ciudades desde donde la llamé para pedírsela. La de Marruecos es con canela, la de Londres con azúcar moreno, la de Buenos Aires con clavo de olor, la de Budapest con ralladura de limón, la de Praga de naranja, la de Milán con avena o centeno, no recuerdo… tengo todas las versiones, y sigo llamándola para que me dé cada vez una nueva variante, que nunca es la suya. Estoy convencida que me sigue el juego, pero nunca hemos hablado de ello, porque eso la obligaría a confesar que no quiere soltar prenda, y yo tampoco quiero ponerla en esa tesitura.
Ésta es la última que me pasó. Los horneé anoche y son maravillosos, pero no son los que hiciéramos juntas antaño, esos no los he vuelto a probar. Miento, sí los he vuelto a probar, pero solo cuando voy a su casa, aunque ya no me espera para cocinarlos juntas. Cuando me abre la puerta su casa huele a scones calentitos, y efectivamente, ya están fabulosamente expuestos en su mesa de té en sus platos divinos de Limoges.
Receta scones
Ingredientes:
- 2 tazas de harina
- 4 cucharaditas de polvo para hornear
- 1 cucharadita de sal
- 1/3 de taza de mantequilla
- 2/3 taza de leche
Instrucciones:
Mezclar ligeramente los ingredientes para formar una masa tierna.
Amasar suavemente sobre una tabla.
Estirar la masa de 2 cm de espesor.
Cortar la masa en redondeles de 4cm de diámetro (yo uso un vasito)
Colocar las masitas en una bandeja espolvoreada con harina y hornear a 230º.