La mirada de Anna
¿Has sentido alguna vez esa mirada que sin permiso atraviesa todas las capas de ropa, piel, carne y alma y toca de lleno en la más pura esencia de ti? ¿Te ha pasado que gracias a ese rayo de luz saliendo de la mirada del otro has comprendido tu propia existencia, el porqué de tus ojos en la cara, y tu boca y labios, el porqué de tu latido en el pecho, y de tu lugar en el mundo? ¿Has sentido que tu centro ya no es tuyo, porque nunca lo fue, y que solo responde a un estímulo, a la certeza de su existencia, de que te piensa, de que se acerca, de que pueda llegar a estar en la próxima esquina? No hablo de contacto físico ni amor carnal, aún no. Hablo de un viaje del reverso del alma, del espíritu del deseo que desea ser admirado, amado, y atravesado por esa mirada otra vez. ¿Te has sentido flor? ¿Te has sentido campo? ¿Te has sentido todo centro y todo expansión a la vez?
La primera vez que me sentí así fue en Moscú. Será casualidad, será algún antepasado jugándome una broma macabra, será que la novela de Tolstoi me obsesionó hasta tal punto que en esa misma estación donde Anna sintió que su vida cobraba sentido y a la vez precipitaba hacia el capítulo más desgarrado de su vida, en ese mismo suelo yo le vi a él, al que no pidió permiso para cruzar su vista con la mía y solo eso le bastó para llegar hasta las calderas de mi ser.
En honor a esa primera vez por encima de las pequeñas primeras veces, al que se parece al de las películas y las novelas y que no todo el mundo llega a sentir en toda su vida, en honor a ese cruce de miradas en el mismo espacio donde fue el suyo, quiero dedicar esta colección a Anna Karenina, una mujer literaria cuya alma ha superado el papel y aunque yace encerrada en un libro, el latido de su pasión es el estribillo de cada ser mortal que se enamora con una intensidad más propia de dioses que de humanos. No poseemos ni almas ni cuerpos capaces de manipular esas proporciones. Los que hemos sentido esa mirada antes, mucho antes de que la piel tocara la piel, sabemos que Anna Karenina es nuestra bandera y el reflejo del fatal destino que corremos las personas bendecidas y castigadas a sentir a flor de piel.
Quien juega con fuego se quema, se calcina, se derrite a pesar de la letra pequeña y de cualquier advertencia.