Hay pequeños detalles que denotan la presencia del mediterráneo en el ADN. Su sal se ha ido filtrando al interior y se ha hecho hueso, por eso no hace falta haber nacido en él para sentir una pertenencia recíproca. Para cada uno significa una cosa, pero hay varias que nos definen.
Haber vivido los atascos de las idas: “¿cuánto falta?”, “¿queda mucho?”, “¿cuándo llegamos?”, “Mamá, Lucas me molesta.” “No molestes a tu hermana.” “Ella ha empezado.” “Mamá, dile que pare.”
Marearse en las curvas. Llegar. Aparcar muuy lejos de la playa e ir andando cargados como mulas: sombrilla, neverita, el cubo, la pala, la tabla de porexpan que siempre se partía. Soltarlo todo y desnudarse de camino al agua. Quemarse los pies.
Las paellas tardías, los sonsos fritos que un día dejamos de comer con la la campaña de concienciación para salvaguardar las especies pequeñas: “Pezqueñines no, gracias”. El romero en la carne a la brasa, el pescado, las verduras. La hora y media eterna de digestión. ¿Ya? ¿Ya?
La birrita al borde del mar de los padres, que tan bien hemos aprendido a imitar, el dolor en la planta de lo pies con las piedras de la orilla de Cadaqués, auch, auch, auch. Haberse quemado la piel al sol una y otra vez; muy mal, tantas cosas que no sabíamos. El debate de “me meto o no me meto” porque siempre es un pelín demasiado fría, pero tan cristalina que el baño se hace inevitable. Media hora de pensarlo con el agua en la cintura. Hacerse retos: si te tiras le gustas. La piel de gallina tras la primera zambullida. Nadar. Hundirse. Decirse a uno mismo: qué mar más bonito. Nunca dejar de alucinar con su color y transparencia.
Las primeras avionetas con publicidad que cruzaban el cielo, cazar medusas, hacer castillos, robar castillos, ocupar castillos, decorar castillos, ¡destrozar castillos! Enterrarse hasta el cuello, carreras hasta la bolla, cazar cangrejos, juntar cristalitos de colores gastados por el mar, el helado a media tarde, el olor a pino y a las higueras, las siestas con el canto de las cigarras, los millones de libros leídos frente al mar, apurar en la playa hasta que desaparecía el último rayo de sol para regresar a casa.
Los atascos de vuelta los domingo por la noche en la parte de atrás de un coche caluroso con el tapizado lleno de arena (¿qué material era ese que cubría la gomaespuma de lo asientos?), los hermanos dormidos unos encima de otros.
Hay pequeños rasgos que definen el carácter. Nosotros, que amamos nuestro mar y cada día más estamos aprendiendo a cuidarlo y a respetarlo, hemos hecho esta colección de detalles serenos que subrayan nuestra personalidad mediterránea.
La suavidad e inocencia del algodón lavado, liso y serigrafiado a mano. Las rayas azules o negras sobre fondo blanco para colchonetas, cojines y throws. El delicado acabado del stitching en tonos azules en almohadones de color beige y negro sobre blanco. Todo en lino, nuestro lino rotundo y fresco, el material que más sabe de caricias y de siestas.