Naturaleza inspiradora

El día posterior a la visita a Samambaia lo recibí en un estado de estupor, que se mezclaba con una paz y una alegría inesperadas. Por más que no hubiera descubierto el secreto del todo, había encontrado un fragmento de mi abuela, y por muy pequeño que lo fuera, me llevaba una parte nueva de ella en mi interior. Había sido un verdadero reencuentro. Y eso era suficiente.

Los días que me quedaban en Petrópolis los dedicaría a explorar la ciudad. Quería ver el entorno y conocer a su gente, intentando recrear en imágenes y experiencias ese Petrópolis tan emblemático de los años 50. Mi primera parada fue el Palácio Quitandinha.

Construido en los años 40, este hotel llegó a ser el segundo más grande de Brasil. Su estilo barroco brasileño se funde con la decoración art decó, con un resultado que aún hoy es impresionante. Al caminar por los amplios pasillos, no puedo evitar volver a pensar en Lota y Elizabeth, y en las fiestas a las que habrán asistido aquí. ¿Habrán conocido a algunas de las figuras que se alojaron en este paraíso arquitectónico? ¿Habrán intercambiado miradas, o palabras, con Walt Disney, Orson Welles o Greta Garbo?

Los ambientes, en su momento repletos de bullicio y exuberancia, hoy se encuentran despejados, con barreras de terciopelo que limitan el paso de sus transeúntes. La preservación ha derrotado a la recreación, y se ha llevado consigo parte de la magia. Camino lentamente, absorbiendo cada detalle y deseando que mi abuela estuviera conmigo para con sus palabras devolverle las pinceladas de esplendor que ahora faltaban al lugar.

Es bajando por unas escaleras que me detengo, embelesada.

Una de las fuentes más inagotables de inspiración para los artistas siempre ha sido la naturaleza. Hay un sinfín de maneras de transformarla, combinarla y desdoblarla. En esa escalera, unas hojas de palma pintadas decoraban la pared. Recorro con la mano los contornos, sin atreverme a establecer ningún contacto con el dibujo, por medio a dañarlo. Dejo que el arte me cubra y sonrío, feliz e inspirada.

- ¿Le gusta el dibujo?

Abajo, un miembro del personal me mira, divertido.

- Mucho. ¿Sabe quién lo hizo?

- Pues Dorothy Draper, por supuesto. Es una variación de su diseño del hotel Arrowhead Springs en California.

Quedo helada en el rincón. Dorothy Draper, la reina de lo ecléctico, la primera diseñadora de interiores de la historia… sus famosos palms siguen siendo alabados hoy, casi ochenta años más tarde. Para ella, los espacios públicos eran lugares donde la gente debía sentirse elevada ante la presencia de una gran belleza. Y aquí, conmigo, lo había logrado.

¿Qué tiene Petrópolis que atrae a mujeres tan fuertes y talentosas? ¿Será su trepidante naturaleza, sus impresionantes vistas o su historia, que como imán hace que los artistas vengan de a muchos y dejen su arte impregnado en las paredes del lugar?

La inesperada aparición de Dorothy Draper en esta historia me da una idea. Tomo mi cuaderno y comienzo a escribir, hasta que esas letras se convierten en suaves trazos. Allí estaba Draper, sí, pero también estarían Lota y Elizabeth, con su Samambaia y sus guacamayos.

Así es como nació el mural Petrópolis.