Recordar también es viajar

Ahora, que no hay más remedio que quedarse en casa, que las horas se llenan de incertidumbre, y que la vida que hacíamos hace solo unas semanas nos parece que fuera la de otros, valoramos lo que antes no tenian importancia, nos sentimos afortunados por cada metro cuadrado de espacio que podamos habitar, y la conversación con los nuestros es lo mejor que nos pasa en el día. 
 Ahora que no puedo salir, recuerdo que hubo un tiempo en que hubiera dado la vida por quedarme encerrada en un solo sitio. Mis padres, diplomáticos convictos y orgullosos, nos regalaron una forma de vida nómada y nos pasamos la infancia deshaciendo maletas para instalarnos de nuevo, y de nuevo y de nuevo. Al principio no sabía que existía otra vida más que esa, pero algo antes de la adolescencia, empecé a fabricar un sentimiento de enfado hacia ellos tan grande que aún resuenan en mis oídos los portazos y los gritos de frustración cuando se planteaba en casa un nuevo destino. Me encerraba en mi habitación y rogaba a mis paredes, cualquiera que fuera la ciudad en la que estuviera, que me protegiesen de seguir conociendo más gente y lugares nuevos. 


Fue entonces cuando mis abuelos, alarmados por mis padres, me escribieron una carta
“Manuela, pequeña, no hay paredes que puedan detener los viajes a los que tu mente te va a invitar. Llevas en tu ADN las maletas hechas, y por más enfadada que estés, estamos convencidos que serán esos viajes la gasolina de tu vida. 
Es posible que estés a punto de descubrir una de las grandes paradojas de la vida: cuando necesites quietud, estarás viajando de un lado a otro, y cuando ya no sepas ni dónde duermes, de tantos cambios de cama, estarás deseando volver. Siempre anhelarás un sitio distinto, una conversación diferente, un abrazo más afectuoso. Lo que tienes que conseguir, querida nieta, es que eso no amargue tu carácter. Has de darle la vuelta para que los recuerdos endulcen los momentos amargos, y la melancolía te ayude a valorar los más felices. Si lo consigues, no necesitarás más equipaje. De ahí sacarás tu energía, tu experiencia y tu cultura. 
No permitas que el hecho de no estar donde deseas haga que no disfrutes del lugar donde estás. Sácale partido, amor. Así que sécate las lágrimas, métete en tu cuarto, respira, desacelera y cuando estés preparada vuelve a salir con energías renovadas dispuesta a comerte el mundo porque, el mundo son tus paredes.”


Esas fueron las palabras de aliento de mis abuelos hace tantísimos años, y curiosamente han vuelto a mí para ayudarme a comprender mejor esta situación. 
Queridas Manuelas, cuando el mundo se detuvo hace unos días, estábamos a punto de fotografiar nuestra nueva colección, un nuevo destino que seguro os hará soñar y desear que esas pinceladas rosas verdes y azules formen parte de vuestros rincones más bonitos, pero hasta que podamos contaros ese viaje, os invitamos a emprender otro hacia los momentos más especiales de estos años juntos, desde que esta forma de vivir se llama Lo de Manuela. Una de nuestras grandes máximas, de la que nos sentimos muy orgullosas, es que nuestras colecciones no caducan, que son tan bellas y se adaptan tanto a tu alma que se pueden combinar perfectamente entre sí. Queremos aprovechar esta circunstancia insólita para que entiendas lo que defendemos con tanta fe. Las colecciones no mueren, se adaptan, se reciclan, se reviven… de forma que puedes volver a enamorarte una y otra vez de tus objetos. 
Lo que vas a ir viendo son fotografías y piezas icónicas de cada colección que nos servirán de excusa para contarte otros viajes, otros cuentos, otros recuerdos. Ahora que no podemos viajar, prepárate para visitar con nosotras algunas ciudades de África, Rusia, Brasil y las salpicadas por el Mediterráneo. Recordar también es viajar.
Que las paredes no detengan nunca tus viajes ni tus sueños.