Aquí el carácter está en el detalle. Un trazo que insinúa una cebra, una sombra felina, un borde que recuerda a una huella. Prefiero trabajar sobre bases neutras —marfil, arena, humo— para dejar que el motivo respire. Al final, cada pieza tiene su toque manual, único e intransferible, gracias a la serigrafía y la magia de Limoges.
En mesa, un toque basta, sin duda. En el salón, un cojín que asoma ordena la mirada. Es una colección para quienes quieren un acento con historia, capaz de convivir con lo que ya tienen sin desentonar. Como un cuento al oído: se escucha, pero no interrumpe la conversación.