Después de Petrópolis, solo una palabra resonaba en el equipo: superación. ¿Cómo hacerle frente a la historia de esas dos mujeres y esa casa tan emblemáticas? ¿Cómo avanzar sin repetirse? ¿Cómo hacer para que los colores y las siluetas hablaran de nuevo?
- ¡Busca!- me dijo Martina, que me conoce como nadie, dejando caer una pila de libros de fotografía sobre la mesa y haciéndome volver, con el impacto, de mi viaje al árbol que tenía enfrente. – Siempre viajando… - murmura, y me recuerda a mi maestra de primaria.
- Voy – respondo, suspiro y me sumerjo.
Debo reconocer que me cuestan los principios, como a los escritores cuando acaban un libro y deben pasar al siguiente. Un hilo de funambulista une una colección con la siguiente. Las ansias por estar ya volcando la inspiración, domándola, aplicándola a reglas de confección y tintado, relacionando ideas, para finalmente innovar, se funden con el vacío que deja el viaje anterior.
La pereza de empezar a escalar solo se supera con la certeza de que en algún momento la escalada se convertirá en adrenalina y la cúpula, el premio mayor, será el placer de contemplar la colección acabada.
Pero para llegar a esto toca trabajar mucho. Enfrentarse otra vez a la hoja en blanco. Mirar, hablar, explorar, discutir…
En eso nos encontrábamos con todo el equipo, enfrascados en una cruzada bibliográfica: navegando a través de libros de historias, fotos, autores y modas, buscando aquel chispazo que daría inicio a una nueva colección de otoño-invierno.
Y sucedió.
Fue como un rayo. Cerré el libro.
- ¿Qué es? ¿Qué ha pasado?
No pude contestar porque no encontraba el hilo de donde empezar a tirar.
El cierre del libro había sido tan brusco que había cortado todos los hilos de pensamiento de la sala de reuniones. Joaquín me arrancó el libro que tenía aún entre manos y se puso a pasar páginas en busca de alguna señal.
Se titulaba “Poolside with Slim Aarons”. Mujeres y hombres de la farándula de los años 60 se dejaban fotografiar en sus mansiones americanas. Eran imágenes que las películas siempre nos habían reproducido.
- ¿Cuál, Manuela? - preguntó Sofía.
Ahora todos rodeaban el ejemplar. A Joaquín se le tropezaban los dedos sin saber lo que estaba buscando. Yo, con los ojos cerrados, me enredaba en las palabras que no aparecían, y en el orden de los sucesos que tampoco afloraba.
Martina me cogió de las manos y el contacto con sus ojos me devolvió al presente.
- Hay una casa, en California… - pude decir.
- ¿Esta? - me preguntó Sofía, enseñándome la página que me había hecho sobresaltar. Conocía la imagen.
- Sí, la casa Kaufmann - dije. - Yo he estado allí.
La fotografía de Slim Aarons reproducía a página completa la imagen de dos mujeres que conversaban frente a una piscina. La casa era coronada por unos riscos, que a la distancia anticipaban el desierto que la rodeaba. Llevaba el nombre de “Poolside Gossip”.
Y empezaron las preguntas, el interrogatorio de mi equipo y, con él, mi viaje a un rincón que pensaba olvidado. Comenzaron a llegar a borbotones, con pausas, agujeros y desorden. Eran fragmentos de experiencias, de momentos, de fotos guardadas en el desván de la memoria y que cuando reveladas traían consigo colores y sensaciones que parecían nuevas por el tiempo en que habían permanecido adormecidas.
Me incorporé. Hice una respiración profunda y recorrí a mi equipo con la mirada.
- Voy a contaros una historia - dije, y comencé a viajar, esta vez con la palabra, de vuelta a California.